Oriente = patadas, kung fu, samuráis, chambara, yakuzas y últimamente; freakeadas, terror (gore) algo de futbol, etc., etc.
Todo el apelativo de oriente, en muchas ocasiones, se reduce a otakus y Japón ¿será que la economía mayoritariamente superior de esta nación disminuye a sus vecinos? A esta simplificación se une el hecho de nuestra raquítica cartelera nacional, entonces ¿Dónde buscar? ¿Dónde encontrarse con la esencia de los que viven en el otro eje de nuestro planeta; en el otro eje de nuestro propio ser y consciencias?
Desde los sesentas han surgido realizadores que han buscado la moral y los valores primordiales dentro de la épica, como lo fue el poeta de la imagen Akira Kurosawa.
Por su parte, Yazujiro Ozu, nos entregó la calidez de la familia tradicional japonesa, siempre a través de planos fijos, emulando una naturaleza muerta ante nuestros ojos.
La segunda oleada, setentas y ochentas, incluyó a Zhang Yimou, realizador chino, que se internó en los pueblos más recónditos de su país imperado por el régimen comunista. El Camino a Casa (1999) y Ni uno menos (1998) se deslizan como nobles fábulas sobre los celuloides que el director ha filmado. Ang Lee, en Taiwán, buscó los conflictos afectivos en sus personajes, que se escondían de la sociedad regente, independiente del dogma que las envolviese (Lust, Caution; 2007). Nagisa Oshima, en la nueva ola de Japón, intervino en los rituales retratados por el flemático Ozu, pero encontrando perversión y los deseos ocultos de sus personajes.
Hoy en día no podemos hablar de una tercera nueva ola, sino una horda, silenciosa horda de fotogramas provenientes de los lugares más recónditos e impensados, donde el cine nace como una plegaria, un álbum familiar o un quejido moribundo de realidades que desaparecen en su propia tradición.
Takashi Miike, Takeshi Kitano, Kiyoshi Kurosawa, Katsuhito Ishii, Naomi Kawase, Shinya Tsukamoto, Hideo Nakata, en Japón; Zhang Yimou, Chen Kaige, Fruit Chan, Wong Kar Wai, Jia Chang ke, en China; Tsai Ming Liang, Edward Yang, Hou Hsiao Hsien, enTaiwán; Kim Ki Duk, Par Chan Wok, en Corea; Tran Anh Hung, Toni Bui, en Vietnam; Pen-ek Ratanaruang, Apichatpong Weerasethakul, en Tailandia; e incluso James Lee, Malasia. Estos no son más que ínfimos nombres entre lo que destacan de sus idiosincrasias y sus propias creaciones.
Poco a poco viajaremos en cada una de estas piezas, que representan, quizás, el lado oscuro del propio ser; otro eje en nuestra existencia, biológica y demográfica. Allí, tal vez, yace el alma del ser que perdimos, la mirada que se incineró, la historia que soñamos y que nunca se nos contó. En el otro lado del mundo.
Juan Pablo Caro
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